viernes, 26 de marzo de 2010

Armas medievales en el siglo XX

La brutalidad inherente a la guerra de trincheras se puede calibrar fácilmente al estudiar las armas utilizadas en ese tipo de lucha. En los combates cuerpo a cuerpo durante la I Guerra Mundial, tanto el fusil como la bayoneta se revelaban como armas inadecuadas. Durante los asaltos, cuando la pelea se libraba en la estrechez de las trincheras, los dos bandos recurrían a un insólito abanico de armamento improvisado. Dejando a un lado el revólver, del que pocos soldados disponían –era propio de los oficiales– el arma más efectiva era la pala de empuñadura corta, un elemento que formaba parte del equipo de cualquier soldado. Era ligera, manejable y podía acabar con la vida del adversario de un solo y certero golpe. Se empleaba para golpear con fuerza bajo la barbilla; hacia delante, la cabeza se desgajaba del tronco, y si se golpeaba hacia abajo, en la unión entre el cuello y la clavícula, el tajo resultaba siempre mortal.

También utilizaron martillos, picos, puños americanos, punzones, navajas o incluso enormes cuchillos de carnicero. Era habitual que los soldados pidiesen a sus familiares que, en los paquetes de comida que les remitían, incluyesen el cuchillo más grande que pudieran encontrar en la cocina, para utilizarlo como arma.

Pero los instrumentos que resultan hoy día más sorprendentes son los que no diferían en nada de las que se solían utilizar en la Edad Media. Los soldados golpeaban al enemigo con bolas de acero sujetas con una cadena o grandes mazas de madera recubiertas de clavos. No era extraño ver hombres protegidos con pesadas corazas de hierro o a jinetes pertrechados con lanzas, en lo que supone un insólito retroceso armamentístico de varios siglos.

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