martes, 10 de noviembre de 2009

Suntech, la solución al calentamiento global

La revolución comenzó en los pequeños detalles. Dejaron de dar bolsas de plástico en los supermercados de San Francisco; se alzó un gigantesco cartel publicitario en la carretera Interstate 880, que indicaba con cifras brillantes cuánta gasolina ahorran los coches híbridos. Finalmente, la compañía eléctrica realizó un envío de cartas a sus clientes: cada uno, afirmaban, puede neutralizar sus gases de efecto invernadero. California se vuelve climáticamente neutral, Mrs. Greene, ¡hágalo usted!

Energías renovables en California

Angela Greene era escéptica. En su opinión, los coches híbridos eran cosa de la gente de Upper Richmond, que tienen sus casas en las laderas de la ciudad alta, donde no tienen que respirar la contaminación que produce la refinería. A Angela Greene tampoco le gustaban términos técnicos como balance de CO2, calentamiento global o sostenibilidad. Pero después se enteró de lo de Solar Richmond. Un vecino le contó que formaban personas para instalar paneles solares en los tejados del barrio. “Energía renovable, en pleno Iron Triangle, dice. “Eso sí es un cambio climático”.

Energía renovable de California

Ella tiene su propia manera de interpretar los términos, y entiende la expresión “cambio climático” como la descripción del nuevo entusiasmo que se ha apoderado de California. El gueto obrero habla de energías renovables: Richmond quiere convertirse en una ciudad solar. Angela Greene solicitó trabajo en Solar Richmond y realizó un curso de diez semanas. “Pensé: simplemente voy a intentarlo”. Esperaba conseguir uno de los cientos de miles de puestos de trabajo que nacen de la revolución verde en California. “He meditado mucho sobre lo de ‘renovable’, dice. Para mí, la palabra tiene otro significado. Yo también soy un recurso renovable. Nosotros en el Iron Triangle, la gente de California, todos somos energías renovables.”

La conciencia ecológica es el gran tema de California. Gigantescos paisajes naturales se extienden por este estado de la costa oeste: bosques de secuoyas al norte, al este las cumbres blancas de Sierra Nevada, al oeste el Pacífico y al sur, extensos desiertos. Hace tiempo que la protección de la naturaleza desempeña un papel en el concepto que California tiene de sí misma. En los años setenta, fue el primer estado en aprobar una ley que exigía el uso de catalizadores en los coches. Mientras en Estados Unidos el gasto de energía eléctrica per cápita subió un 50 % durante los últimos 30 años, en California casi se mantuvo constante, porque el estado introdujo a finales de los años setenta normativas de eficiencia para electrodomésticos y edificios. Estas normas, actualizadas con regularidad, fueron copiadas más adelante por Rusia y China.

Conciencia ecológica

Calentamiento global en California

Ahora la conciencia ecológica ha alcanzado una nueva dimensión. En la zona vinícola de Napa Valley, los viticultores colocan paneles solares entre las vides. Al norte de San Francisco nace la primera ciudad de Estados Unidos “amigable” con el clima, con la décima parte de emisiones de CO2 que la media norteamericana. En el Parque Golden Gate de San Francisco crece la nueva California Academy of Sciences, un museo cuya azotea será un parque en sí mismo, un ecosistema vivo. En Silicon Valley, los inversores inyectan millones de dólares en empresas que quieren producir energía solar, eólica y acuática. En las universidades de Stanford y Berkeley cada semestre hay más estudiantes que acuden a seminarios sobre la eficacia de las células solares, la química de la atmósfera o el análisis de ecosistemas.

En septiembre de 2006, California decidió reducir sus emisiones de CO2 en un 25% hasta 2020. Con el Global Warming Solutions Act, un decreto que quiere ofrecer soluciones para el calentamiento global, la lucha contra el cambio climático se convirtió en ley, la primera de este tipo en el país. Parece que existe una nueva conciencia verde. Con este objetivo se comprometen personas de origen muy diverso. Tanto que se han acuñado misteriosas siglas y abreviaturas para designarlos: “Lohas” (Lifestyle of Health and Sustainability o adeptos a un estilo de vida sano y sostenible); “Scuppies” (Socially Conscious Upwardly Mobile Persons o ascendidos con conciencia social) y los practicantes del “Lovos” (Lifestyle of voluntary simplicity o estilo de vida voluntariamente simple. El objetivo es el mismo: mejorar el mundo.

Conciencia verde

Suntech

La conciencia verde ha cobrado importancia con tanta rapidez que, además de algunos supermercados, han surgido casinos de juego que se autodenominan “sostenibles”. California, como se burlan los críticos, acabará por perder su sobrenombre de The Golden State (estado dorado), pues aquí sólo vale el verde. California, responden los protectores del clima, lleva camino de encontrar la respuesta a la pregunta más importante en la lucha contra el calentamiento global.

¿Es posible que California –la octava economía del mundo– se pase a las energías renovables? ¿Es posible que el duodécimo mayor emisor de CO2 del mundo llegue a ser climáticamente neutral? California es un laboratorio, y no sólo para la revolución energética de Estados Unidos. ¿Es posible que el estilo de vida occidental sea sostenible? Si la respuesta es sí: ¿cómo?
Lleva una camiseta con el lema críptico de ingenieros sin fronteras. Es una broma, les gusta rodearse de misterio aquí en el Laboratorio para Energía renovable, Grupo de Energía y Recursos, Universidad de California, Berkeley (RAEL). Un lugar donde están planeando cómo la humanidad puede enfrentarse con éxito al futuro. Daniel Kammen es el director y quiere que nuevos estudiantes se sumen a su exclusivo círculo. Son los mejores, esto es lo que les dicen cuando llegan todos los años a esta universidad de fama mundial, pero pocos de ellos saben lo que van a estudiar. Por tanto, existen rondas de presentación donde los catedráticos compiten por los recién llegados pronunciando elaborados discursos.

Dan Kammen, sin embargo, no ha preparado ningún discurso. Simplemente está sentado ante un plato de cacahuetes. Es un hombre de 46 años que, a la pregunta de cuál es el tema más importante del planeta, responde: “Energía, todo gira alrededor de la energía”.

Tal y como la describen científicos como él, la Tierra se parece a una gigantesca bombilla. Esta bombilla somos nosotros y nuestras vidas, desde la máquina de café que encendemos por la mañana pasando por el viaje en coche a la oficina, el ordenador, el televisor: casi todo lo que hacen las personas consume energía.

Demasiada energía

La humanidad necesita 15 billones de vatios para estar encendida. Esto corresponde a la producción de 15.000 centrales nucleares. Como la humanidad necesita mucha energía, quema mucho carbón y petróleo, y mucho CO2 se desprende a la atmósfera, lo que provoca un aumento de las temperaturas. Las mayores emisiones provienen de China, alrededor del 24% del total; después sigue Estados Unidos. El consumo energético anual per capita de los estadounidenses corresponde a 7,9 toneladas de petróleo; en China, son 1,3 toneladas. En el país asiático hay 30 millones de coches; en California, 21 millones. En 2050, la humanidad será una bombilla de 30 billones de vatios, augura Dan Kammen, la demanda de energía se duplicará. Así pues, no se trata sólo de obtener quince billones de vatios de energías limpias: para frenar el calentamiento global, hay que lograr el doble de forma sostenible. He aquí el problema.

Esta palabra, sin embargo, no figura en el vocabulario de la Universidad de Berkeley. Aquí no hay problemas. Sólo retos. Dan Kammen dice a los nuevos estudiantes: “La energía es el gran desafío. Si os interesan los retos, deberíais uniros a nosotros”. Y los habrá, de eso el catedrático no tiene duda. Su presentación ha terminado, se deja caer en el sillón del despacho y enchufa el portátil. Su instituto vive de la comunicación: es uno de los pocos del mundo que trata de combinar la investigación en energías renovables con la tarea de construir puentes entre la industria, los inversores y los científicos. Para que todos tengan acceso a las buenas ideas. Los correos electrónicos le llegan a Dan Kammen a intervalos de pocos minutos, como un pulso que refleja el creciente interés en el Laboratorio de Energías Renovables. Cada semestre hay más gente que hace un doctorado con él, más atención para su trabajo, más fondos para la investigación. Cada vez con más frecuencia contactan con él políticos que buscan consejos a la hora de hacer leyes. Qué estupendo que por fin te escuchen. “Es un tiempo magnífico”, dice Dan Kammen.

¿Qué impulsa esta revolución verde que cobra velocidad tan repentinamente? Tres factores, responde: voluntad, capital de riesgo y conocimiento. La voluntad es la política que instruye California en la protección del clima. El símbolo de esta política es el gobernador Arnold Schwarzenegger, que ha firmado el Global Warming Solutions Act. Ordenó aplastar coches en una prensa de chatarra para pregonar su intención de “terminar” con los vehículos que contaminen mucho.

La voluntad de proteger el clima aparece en muchos decretos, que tienen abreviaturas parecidas a las de los legendarios clubes de football: la PGC por ejemplo, Public Goods Charge (diminuto importe adicional sobre la factura de la luz, utilizado para financiar programas de ahorro de energía o para fomentar las energías renovables). La idea es equipar con células solares un millón de tejados y 200.000 casas más con paneles solares de agua caliente. 600 millones de dólares están destinados al Instituto de Investigación para Soluciones Climáticas, fundado en abril de 2008.

Combustibles renovables

co2 antropogénico

El LCFS (Low-Carbon Fuel Standard) obliga a utilizar combustibles con mejores características para el clima. Pero el mayor éxito probablemente lo cosechará RPS, el Renewables Portfolio Standard, que obliga a las eléctricas a generar al menos el 20% de la electricidad con energías renovables hasta el año 2010. Estas resoluciones han convertido la protección del clima en algo mágico en California: un negocio. Si el 20% de la electricidad proviene de fuentes renovables, se abre un mercado para el viento, el Sol y la energía acuática. Un mercado para centrales solares cuyo rendimiento se puede comparar con el de los reactores nucleares. Una de las empresas eléctricas más grandes ha encargado tres centrales con una capacidad total de 500 megavatios, donde los espejos reflejan los rayos solares sobre una torre para evaporar el agua allí contenida y así generar electricidad. Una segunda central está destinada a generar más energía que todas las instalaciones solares que hay en los tejados de todo Estados Unidos. Allí donde se abre un mercado así, el capital de riesgo, que caracteriza a California, no se hace esperar.
Por un lado, millonarios en busca de nuevos mercados; por otro, genios buscando financiación. Así ocurrió hace una década en Silicon Valley durante la euforia de internet. Algunas empresas convirtieron sus inversiones de capital de riesgo en negocios multimillonarios: Google, por ejemplo. Lo que antes era internet ahora es greentech, tecnologías verdes contra el cambio climático. En Estados Unidos no hay lugar donde se concentren más conocimientos sobre el tema como California. Aquí están registradas casi la mitad de las patentes de tecnología solar del país; y el 37% de la eólica.

En 2007, los fondos de capital de riesgo han invertido 1.780 millones de dólares en greentech, el doble que en 2006. Uno de cada tres dólares “verdes” se invierte en California. El dinero va a empresas como Nanosolar, parcialmente financiada por los fundadores de Google, o a su competidor Miasolé. Ambas compañías tratan de fabricar células solares más baratas. El objetivo es hacerlas como en una cadena de montaje. “Sólo hay un factor importante en este campo: los costes por vatio”, dice Joseph Laia, el gerente de Miasolé. Sus ingenieros bombardean las células baratas con granizos artificiales y las meten en la sauna para ver cómo aguantan la humedad y el calor extremos. La frontera de un dólar por vatio, comparable al costo de electricidad generada por combustión de petróleo, debe alcanzarse en tres años. Los detalles son secretos. Hay mucha competencia. Pero la meta, dice Joseph Laia, está clara: “Todos quieren ser el Google verde”.

Google verde

 Edificios sostenibles made in USA

En Silicon Valley, el Google verde es una metáfora para los inventores que, con una idea genial, causan revuelo en la industria. Porque son independientes. Porque piensan de una manera novedosa. Ningún sector teme más el ataque del Google verde que la industria automovilística norteamericana, la encarnación de un dinosaurio industrial. Sin ideas frente a las crisis del petróleo y del clima, sigue lanzando los mismos modelos. Apenas hay vehículo que logre conformarse con 6,75 litros de gasolina por cien kilómetros, como exigirá la ley a partir de 2020. Las ideas para el coche del futuro no nacen en los baluartes industriales del noreste, sino en la costa oeste californiana. El Tesla-Roadster, un coche deportivo eléctrico propulsado por 6.800 baterías de ordenador portátil, se ha vendido 650 veces en 2008, al precio de 98.000 dólares. Aún más futurista se muestra el Aptera, de dos asientos y tres ruedas, que puede cargarse con células solares en un “carport”. Se han vendido 1.300 unidades sin la menor publicidad. Para un Google verde, sin embargo, tanto el Tesla como el Aptera se quedan cortos: se distinguen poco del concepto tradicional de automóvil. Un Google verde necesita una idea tan lejana del pensamiento dominante que sea considerada una locura. Y su inventor, un chiflado. Alguien como Shai Agassi. En las románticas colinas en lo alto de Silicon Valley se encuentra su despacho. Shai Agassi, 41 años, jefe de la empresa Project Better Place, entiende que algunos lo tomen por chiflado. Su risa es silenciosa y pícara, mientras recuerda cuando presentó su idea: liberar a todo el país de su dependencia del petróleo.

¿Cómo puede lograrse eso? Es coser y cantar: cambiar todos los coches por vehículos eléctricos. ¿Pero cómo? Sencillo: transferir a los coches el modelo de la telefonía móvil. La gente recibe un coche propulsado por batería muy barato, o incluso regalado, si firma un contrato sobre los kilómetros que va a recorrer. Sí, me ha entendido bien: regalamos coches eléctricos, establecemos una red de estaciones de servicio donde los conductores pueden cargar la batería o cambiarla por una recién cargada, como en una gasolinera. Todo eso, incluida electricidad ecológica, no debe costar más de 35 céntimos de dólar por kilómetro. “Esto será la nueva economía del tráfico”, dice Agassi. Después se calla y espera. Sabe lo que va a venir. La pregunta de cómo, dónde y cuándo se puede poner en práctica todo esto. A Shai Agassi le encanta que le lleven la contraria. Le gusta medir fuerzas. Ahora pone expresión burlona, sus ojos se estrechan, es una lucha entre iguales: Shai Agassi contra las dudas. Saca una hoja y dibuja una curva empinada: el precio del crudo. “¿Quién sabe cuánto dinero gasta el mundo cada año en gasolina?”, pregunta garabateando unas cifras y se responde a sí mismo: “Dos billones de dólares. Esto es lo que echamos al depósito. Dos billones de dólares en gasolina mala”.

Energías verdes

Energía eólica en España

No hay forma más tonta de gastar tanto dinero, pensó Shai Agassi hace dos años: gastarlo en un producto natural que se va agotando, comprándoselo por mucho dinero a países gobernados por regímenes dudosos, sólo para quemarlo en un proceso donde se pierde mucha energía, lo que además contribuye al calentamiento global. ¿Qué pasaría si esta inmensa cantidad se inviertiera en otro medio de propulsión, por así decirlo? ¿Gasolina buena? Shai Agassi empezó a darle vueltas a la idea, una y otra vez. Empezó a interesarse por la propulsión con hidrógeno y biocombustibles, los rechazó por su balance energético, y finalmente se topó con los coches eléctricos equipados con baterías. Hay dos factores que restringen el potencial de este tipo de propulsión, como se dio cuenta: el alcance es menor que el de los coches a gasolina, y las baterías tardan mucho en cargarse. Agassi se volcó para hallar soluciones, y surgió un plan: separar la batería del coche, haciendo que sea intercambiable; y montar una infraestructura para el cambio de baterías. Primero habría que pensar en un país con muchas fuentes de energía renovables y sin largos recorridos, al contrario que EE UU. Los viajes en coche estarían concebidos como conversaciones por teléfono móvil, es decir, cobrando por kilómetro. Entonces la cosa podría funcionar.

Agassi, un prometedor talento de la empresa de software SAP, dejó su trabajo y empezó a poner manos a la obra. Presentó el plan en Israel, su patria, habló con inversores de capital de riesgo, llegó a entrevistarse con el presidente. Siempre había argumentos en contra. Pero las cifras, dice, están de su lado.
Pidió a unos analistas que comprobaran los cálculos del plan de negocio; y obtuvieron el mismo resultado: el dinero que un país industrial se gasta en “gasolina mala” es suficiente para financiar el proyecto, y mucho más, si suben los precios del petróleo. También cuando la electricidad, y esa es la condición, proviene de energías renovables. Shai Agassi ha recolectado con su idea 200 millones de dólares de capital de riesgo: en Silicon Valley pocas veces se ha invertido más dinero en una empresa que sólo existe sobre el papel. Un gran fabricante de coches quiere producir modelos eléctricos con baterías intercambiables. En 2009 está previsto que empiezan los tests, en 2011 debe existir la infraestructura en Israel, y después, el modelo debe llegar a otros países. A Dinamarca, por ejemplo, donde el 18% de la electricidad es generada por el viento. De noche, cuando sopla fuerte y casi nadie necesita energía, las instalaciones eólicas pueden cargar los coches eléctricos.

“Queremos que el consumo de gasolina sea cero”, dice Shai Agassi. Lo que siempre le asustó en las discusiones sobre el cambio climático era la forma de solucionarlo: “Nos hemos acostumbrado a pensar en reducciones: ahorraremos el 20% hasta el 2020, y el 50% hasta tal año. Los porcentajes a largo plazo tienen una magia extraña: nunca hay que poner en práctica nada. El cero posee otra magia. Cuando alcancemos un gasto cero en gasolina, también habremos alcanzado aquella reducción de los gases de efecto invernadero que necesitamos para frenar el calentamiento global. Shai Agassi mira su papelito, cubierto por un confuso torbellino de cifras, dibuja una línea, escribe un cero. Para él, es la fórmula del mundo. Con ella, tendrá éxito o se hundirá. “Muy pronto estarán mal vistos quienes tengan coche con tubo de escape. Cambiaremos radicalmente las reglas del tráfico”, comenta Agassi.

Fran Pavley es una mujer de modales mesurados: cualquier intento de criticar sus planes lo convierte en un cumplido, y hace que sus éxitos parezcan resultado del azar. Pero Fran Pavley es la verdadera gigante verde de California. Durante su época de diputada del parlamento californiano propuso las leyes que despertaron la conciencia verde. El Pavley Bill de 2002: California limita la emisión de CO2 en vehículos producidos a partir de 2009. 2005: California establece una exhaustiva enseñanza medioambiental en los colegios. 2006: California reduce sus emisiones de CO2 en un 25% hasta 2020, el Global Warming Solutions Act. Pero no le gusta que la alaben.

En 2001, cuando la industria automovilística se enteró de que existía una diputada en California que quería reducir las emisiones de CO2 de los coches, envió a sus espías: ¿quién es esta mujer enemiga? Casi nadie la conocía. Los espías comunicaron lo poco que se sabía: diputada demócrata del distrito 41, Santa Monica, antes alcaldesa en una ciudad de tierra adentro, ex profesora. Una persona que no llama la atención. Sin embargo, la industria envía su lobby. Publican anuncios, empiezan a atacarla en programas de radio conservadores: Fran Pavley odia los coches, quiere subir los impuestos, más sanciones, parar el tráfico en calles y carreteras. Al final, Fran Pavley necesitó protección policial. Se temía que algunos conductores instigados por la campaña pudieran atacarla.

En busca de la energía limpia

Pero ella logró que se aprobaran sus leyes. “Fui profesora durante 28 años”, dice. “¿Sabe usted cómo son los alumnos de secundaria? Uno aprende a no rendirse”. Cuatro años después, en 2006, cuando lanzó el Global Warming Solutions Act, se dio cuenta de que varios de sus antiguos adversarios apoyaban la propuesta. El calentamiento global se había reconocido como peligro real después de que el huracán Katrina destruyera Nueva Orleans; Al Gore y su película Una verdad incómoda dieron un gran impulso. La ceremonia en la que la ley fue firmada parecía una reunión de Silicon Valley: inversores de capital de riesgo, científicos, industriales de alta tecnología, todos habían venido. “Estamos al principio de una revolución, aunque la mayoría de la gente no lo sabe. En California podemos probar que la protección del clima funciona”, explica.

Si el mundo de 2050 una bombilla de 30 billones de vatios, si hay que generar de forma limpia toda esa energía, el saber adquirido en un laboratorio como California, ¿será suficiente contra el calentamiento global? Fran Pavley conoce los cálculos de los científicos: convertir en combustible cada planta que crece sobre la faz de la Tierra correspondería a siete billones de vatios. Construir una central nuclear cada dos días hasta el año 2050 daría ocho billones de vatios más. Hacer presas en todos los ríos del mundo y colocar centrales acuáticas añade otro billón de vatios. Aprovechar la energía eólica de la superficie del planeta sumaría dos millones. El resultado son 18 billones de vatios, y habría una central nuclear en cada patio trasero, un molino de viento en cada jardín, y ya no habría comida. Fran Pavley, sentada en un sillón, suspira: “Lo que estamos haciendo ahora todavía no es suficiente”.

Coches híbridos

Cernan saluda a su bandera

Conseguir que este tráfico utilice energía limpia es una tarea épica. Y luego está el aéreo, las centrales de carbón, la deforestación, la… Fran Pavley coge un bolígrafo y lo golpea en la mesa. Luego habla: “En 1962, el presidente Kennedy pronunció un discurso a la nación que desafiaba al país: el objetivo era llevar un ser humano a la Luna. Todos pensábamos: sí, realmente es una bonita visión, pero ¿cómo podríamos conseguirla? Siete años después de aquel emotivo discurso teníamos a un hombre en la Luna. Necesitamos un programa Apollo verde”.

Fran Pavley ha enseñado Ciencias Sociales e Historia en sus tiempos de profesora. Dice que ha amado sobre todo la Historia, el fluir de los tiempos, los momentos de cambio. Las decisiones tomadas en una época que repercuten en la siguiente. ¿Qué dirán los libros de Historia sobre nuestra época? Fran Pavley medita mucho antes de responder: “Tal vez algún día tendré que explicar a mis nietos que a principios del siglo XXI había todo lo necesario para evitar el calentamiento global: saber, dinero e incluso la voluntad, pero que era demasiado tarde”. Entonces, surgirá una pregunta que ya le da miedo. Una pregunta que conoce muy bien por los libros de Historia: ¿por qué lo permitisteis?

fuente: mundo-geo

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