viernes, 15 de enero de 2010

África: el gran continente olvidado - segunda parte -

El conflicto de Ruanda: una mirada distinta

El fotógrafo Jonathan Torgovnik denuncia en su libro Consecuencias intencionadas las violaciones de mujeres durante el genocidio ruandés. Una mirada distinta, dura, realista.

En febrero del 2006 viajé a África para realizar un reportaje sobre el 25 aniversario del descubrimiento del virus del sida, para la revista Newsweek. Mientras estaba en Ruanda, escuché el testimonio de Margaret (nombre ficticio), una mujer violada durante el genocidio en 1994 que contrajo el virus, quedó embarazada y tuvo un hijo. A finales de ese año decidí volver a Ruanda y trabajar en un proyecto personal sobre las mujeres violadas que tuvieron hijos como consecuencia de la violación sistemática ejercida por las milicias hutus. Impresionado, regresé varias veces más durante los años 2007 y 2008, descubriendo más detalles sobre los horrendos crímenes cometidos contra la población femenina.

Durante el genocidio de 1994, las mujeres de Ruanda estuvieron sometidas a una violencia sexual a gran escala, perpetrada por miembros de la infame milicia hutu, conocidos como Interahamwe. Algunas fueron atacadas por individuos, otras fueron sometidas a violaciones por todo un grupo de milicianos. En ciertos casos fueron obligadas a presenciar la tortura y el asesinato de todos sus familiares. Como consecuencia de este terror generalizado, se estima que nacieron unos 20.000 niños y numerosas mujeres contrajeron el virus del sida.

En mi libro Consecuencias Intencionadas (próximamente a la venta en España) he tratado de recoger las historias de 30 de ellas y de sus hijos. Conocer a las víctimas y escuchar sus testimonios es una experiencia emocional muy intensa. Permanecer ante ellas mientras narran la brutalidad que les ha sido infringida por los hombres te revuelve los sentimientos y, como persona, te provoca un gran vacío y te deja exhausto.

El fotógrafo fotografiado

El objetivo

Con mi trabajo quiero mostrar las consecuencias del genocidio, lo que ha tenido que soportar la gente y aún tiene que aguantar hoy en su vida diaria, catorce años después del trágico episodio. Para muchas de estas mujeres, la tragedia todavía no ha terminado. Hay quien me pregunta por qué trabajo en este proyecto. Me dicen que mi labor es encomiable, pero que cuál es el interés de centrarse en algo que ocurrió hace ya casi quince años, cuando hoy día hay mujeres que están sufriendo atrocidades parecidas. A todos ellos les digo lo mismo: las mujeres ruandesas han tardado años en empezar a hablar sobre lo que les pasó, en comenzar su proceso de cura. A las que están padeciendo esta misma violencia hoy en día en diferentes regiones del mundo les llevará años hablar de lo ocurrido, enfrentarse y superar el trauma. Espero que a través de mi trabajo comience una labor de concienciación y sensibilización de la gente ante estas atrocidades.

Testimonios del dolor

Profundamente afectado por las consecuencias del genocidio y los desafíos a los que se enfrentan estas personas a diario, por primera vez en mi carrera he sentido la necesidad de hacer algo más allá de la fotografía. Con Jules Shell he creado la Foundation Rwanda (www.foundationrwanda.org), una institución sin ánimo de lucro cuya finalidad es mejorar la vida de los niños y sus madres. La fundación proporciona fondos para la educación secundaria de los niños, ofrece ayuda médica y psicológica a las madres y conciencia sobre las consecuencias del genocidio y de la violencia sexual a través de la fotografía y nuevos medios tecnológicos.

Todavía hoy, las secuelas del genocidio siguen persiguiendo a las mujeres, mientras ellas luchan por rehacer sus vidas. Se enfrentan a grandes dificultades: el estigma de la violación, la discriminación por tener sida y la dificultad de vivir en una comunidad que no ha resuelto todavía las atrocidades experimentadas durante la guerra. Algunas de ellas han sido incapaces de aceptar a sus hijos, producto de la brutalidad a la que fueron sometidas. Otras sí lo han hecho, pero en algunos casos la decisión de quedarse con el niño ha causado el rechazo de los propios familiares hacia ellas y hacia los críos. Los marginan debido a la vergüenza y al estigma de la violación. En Ruanda, donde las familias extensas forman la columna vertebral de la vida comunitaria, tal alienación resulta devastadora para madre e hijo. Ese rechazo por parte de los pocos familiares que en general han logrado sobrevivir les provoca una profunda convulsión interior. Ellas sienten que han perdido su dignidad, que están solas, sin apoyo emocional ni financiero.

Ruanda quizás haya sobrevivido al genocidio y a la brutalidad, pero la existencia de muchos de sus ciudadanos es aún de una fragilidad extrema.

mundo-geo

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