viernes, 29 de enero de 2010

La catedral de Chartres

La catedral de Chartres: Un milagro de piedra caliza

Después de que un incendio devastara el viejo templo en el año 1194, los habitantes de la ciudad francesa de Chartres no tardan en acometer la construcción de una iglesia nueva. Logran un milagro a base de piedra, vidrio y misterios.

Ninguna fuente revela cómo comenzó la catástrofe. Tal vez a alguien se le cayó una vela en aquella noche del 11 de junio de 1194, o tal vez un rayo provocara el gran incendio que recorrió con devastadora rapidez las callejuelas de la ciudad medieval. Humaredas negras se alzaron al cielo sobre Chartres: después, las llamas se propagaron a la Catedral. Aterrorizada, la gente observaba el suceso; muchos peregrinos habían llegado para celebrar el nacimiento de la Virgen. Ahora vieron cómo el destino de la peregrinación se convirtió en escombros y cenizas. Las vigas del techo se rompieron, y se escuchó un gran estruendo cuando "los muros tambalearon, después se quebraron y cayeron al suelo", como narra una crónica contemporánea. Tocó reconstruir casi todo "a fundamentis", o sea, desde los cimientos. Y así ocurrió.

Catedral de Chartres desde la lejanía

Nos acercamos desde el este

Durante una larga hora, el tren al que hemos subido en Montparnasse se desliza lentamente por los alrededores de París. Se suceden pueblos que parecen clonados: Saint-Piat, Jouy, La Villette, Saint-Prest. Chartres, la metrópoli provincial de aproximadamente 40.000 habitantes, al principio da la impresión de ser un pueblo más. Hasta que aparece ELLA, tal y como la describió el escritor Stefan Zweig: "como un poderoso gigante de cuerpo rechoncho, sobre la baja bóveda de una ciudad provincial se alza el pesado e imponente techo de una Catedral, y encima de ella, para la eterna oración, dos torres se alzan al cielo." Especialmente el hecho "aparentemente sin sentido", escribe Zweig, "de que aquí, en medio de una tierra vacía, aparezca un edificio tan inmenso crea una impresión de magnificencia inolvidable." Y de hecho, el sentido de la construcción –la razón por la que se levanta precisamente aquí– no está a la vista, sino oculta en el interior del edificio.

Esta razón es un paño que se guarda en una de las capillas. Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno, se lo regaló a los canónigos en 876 después de adquirirlo en Constantinopla. Lo llaman “Sancta Camisia“; dicen que la Virgen lo llevó cuando dio a luz. Gracias a esta reliquia, la catedral de Chartres se convierte en el siglo XII en el santuario más importante del creciente culto mariano, y María se convierte en la patrona de la ciudad. Grande es el júbilo cuando, tres días después de la catástrofe de 1194, los canónigos sacan en procesión al santo paño. Sano y salvo ha sobrevivido la ira de las llamas. Los fieles hablan de un milagro. Incluso hay quien sospecha que la Virgen misma ha permitido el incendio porque desea una casa todavía más grande y bonita.

Juego de luces sobre pilares y paredes

Entramos y la oscuridad nos deslumbra. La nave central mide más de cien metros; todo se dirige hacia arriba al estilo gótico. Después –las pupilas se ensanchan- llega la luz: una luz de colores, jugueteando sobre pilares y paredes. Las ventanas brillan en azul y rojo, en verde y amarillo dorado. En ningún otro lugar, unas vidrieras de los siglos XII y XIII se han conservado tan completamente como aquí. Son verdaderas paredes de vidrio, narraciones en imágenes, y juntos cuentan aquella gran historia de salvación como parte de la cual se consideró la gente de la Edad Media: Dios se vuelve humano cuando la Virgen María da a luz a Jesucristo, el Salvador que morirá y resucitará.

Para nosotros, ocho siglos después, se ha convertido en un mensaje jeroglífico lo que por entonces cualquiera entendía. Frente a nosotros relucen cristales de colores con un sinfín de figuras, la mirada se nos empaña frente a la brillante obra. Cuesta mirar a lo alto de las ventanas, que hay que leer desde abajo hasta arriba. En este edificio todo es demasiado grande, demasiado alto, imposible de comprender. ¡Lo que no habrá significado para una persona medieval contemplar aquello! Una persona para la que el paraíso y el infierno eran lugares reales, alguien que miraba aquí al futuro y no, como nosotros, a un pasado enigmático.

"Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar ya no existe”, dice el Apocalipsis de San Juan, "y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios." Esta ciudad, dice, "tenía la magnificencia de Dios" y estaba adornada con piedras preciosas. Esto es lo que leían los que no sabían leer en el hermosísimo rosetón de la fachada occidental, sabiendo: la misma iglesia es una imagen de aquella nueva Jerusalén. El templo causa una impresión solemne pero también imponente con sus pilares dirigidos hacia el cielo. Da miedo y ofrece consolación. El Dios que reina aquí te ama pero te puede aplastar. Aquí hay luz, aquí hay oscuridad. ¿Quienes eran los seres humanos que crearon algo tan sobrenatural?

Un enigmático laberinto

El misterio está ante nuestros pies, en el tercio anterior de la nave central, donde un laberinto decora el suelo: un enorme trabajo de incrustación de piedras claras y oscuras. En otras iglesias (por ejemplo, en Reims), semejantes laberintos llevaban los nombres de los arquitectos, como homenaje al genial arquitecto Dédalo, quien diseñó en la Antigüedad el laberinto de la corte del rey Minos. También en Chartres existía una placa de cobre, como demuestran los pernos que antaño la sujetaban. En ella, sin embargo, sólo apareció la lucha con el Minotauro, un ser parecido a un toro. Hoy, los historiadores del arte consideran la catedral de Chartres la primera obra exhaustiva del gótico clásico.

Pero nadie sabe quién ha hecho el milagro. Sólo existen testimonios escritos sobre la construcción de la fachada occidental con las dos torres y el pórtico de entrada, todo ello erigido antes del incendio de 1194: "¿Quién ha visto o escuchado cosa semejante, de que señores poderosos y príncipes, hinchados de riquezas y honores; que incluso mujeres de nacimiento noble agacharan sus orgullosas cabezas, y como bestias tiraron de los carros para hacerles llegar a los constructores de una iglesia vino, cereales, aceite, cal, piedras y madera?" Estas líneas las escribe, impresionado por la fiebre constructora religiosa, el abad Haymond.

¿Cuántos murieron durante la construcción?

Todos los desconocidos picapedreros y canteros, que a menudo fueron fichados de otras ciudades para trabajar durante años o decenios, todos los pintores, carpinteros y albañiles: de sus esfuerzos y penurias no nos habla ninguna fuente. Sólo podemos adivinar cuánta sangre y sudor corrieron para arrancar la piedra caliza de las canteras del cercano Berchères-les-Pierres; qué suplicio suponía para los trabajadores transportar a la ciudad enormes cantidades de sillares que pesaban toneladas, haciéndolos rodar sobre maderos redondos. Callados, los hombres se apoyaron contra las correas atadas alrededor del pecho: callados porque quien hablaba o cantaba durante semejante trabajo corría el riesgo de que se le rompiera el diafragma bajo la presión. Sólo podemos adivinar con qué esfuerzo los peones impulsaron los tornos de las primitivas grúas de madera para alzar las piedras. Conforme avanzaba la construcción, los andamios subían metro a metro. ¿Cuántos albañiles se habrán caído?

Rosetón de la catedral de Chartres

¿Cuántos habrán muerto al soltarse algún sillar de las tenazas de una grúa? Sólo podemos hacer quinielas bajo qué peligros los arquitectos dirigían la construcción de las paredes laterales. El hecho de que se les haya dotado tan generosamente de aberturas para los ventanales es una obra maestra: pilares sustentantes y arcos de piedra, presión y contrapresión. Los arquitectos diseñaron un edificio bajo alta tensión.

Aproximadamente 2.600 metros cuadrados de ventanales se han conservado hasta el día de hoy, compuestas de diminutas placas, laboriosamente fundidas de arena del río y cenizas; son alrededor de 400 elementos de vidrio por metro cuadrado. Casi moderna parece la logística que debe de haber existido para hacer posible la obra. La arquitectura misma, al contrario, revela un pensamiento que nos resulta tan extraño como la fe medieval en el paraíso y el infierno: un pensamiento que no explica el mundo con causalidades sino con semejanzas y analogías. Doce partes tiene el rosetón de la fachada occidental, doce puertas tiene la Jerusalén celestial, doce meses tiene el año. De tres partes consiste la nave principal (una nave central y dos laterales), tres como la Trinidad. En siete espacios se divide la bóveda: el siete se consideraba una cifra sagrada. Las correspondencias numéricas sugerían a la gente de la Edad Media un mundo ordenado por la acción divina. Erigiendo iglesias, el hombre creaba un cosmos de piedra en honor a Dios.

Una época de grandes cambios

Sin embargo, la Edad Media de ninguna manera era tan estática y bien ordenada como nos lo parece indicar la construcción de la catedral de Chartres. El siglo XII, la época de las catedrales, era una época de grandes transformaciones. Ya con el cambio del milenio, el mundo empieza a moverse: el clima se hace más suave, la gente cultiva más y más tierras, crece la población, florece el comercio, las artesanías se desarrollan y, gracias a este auge, aumentan los ingresos del clero y de la corona. También florecen la cultura y la vida intelectual. El erudito Abelardo (1079-1142), por ejemplo, pide que se explore la fe con la razón; se vuelven a leer los pensadores de la Antigüedad y con ellos se redescubre parte del concepto cristiano del mundo.

El hecho de que, entre 1180 y 1270, se construyan 80 catedrales tan sólo en Francia es una expresión de este progreso intelectual, económico y técnico. Una verdadera competencia surge en Île-de-France: en París se coloca la primera piedra de Notre-Dame ya en 1163; en 1211 comienzan los trabajos de Reims; en 1220, los de Amiens. Por eso, el incendio de 1194 tal vez incluso les conviene a las autoridades eclesiásticas de Chartres: al fin y al cabo, les ofrece la posibilidad de construir algo aún más magnífico y, con ello, de poner un monumento a su propio poder visible desde muy lejos. La construcción de iglesias para la gloria de Dios también estaba impulsada por la ambición terrenal.

Extraños despropósitos

Desde una perspectiva tan sobria, nuestra catedral casi parece perder su embrujo. Pero ya la segunda mirada hace surgir nuevos misterios: ¿visto desde fuera, no está repleta de extraños despropósitos? Casi como si aquí no hubieran obrado seres humanos sino fuerzas tectónicas. La nave central, ¿por qué se adentra tanto en la fachada occidental de las torres, de manera que los últimos ventanales quedan parcialmente tapados? Y la nave transversal: ¿por qué se extiende tan extrañamente en las cabeceras, para acoger portales totalmente sobredimensionados? Encontramos las respuestas bajando a las profundidades de la cripta. Aquí reina otro espíritu que en la gótica nave, eso ya lo sentimos en la empinada escalera. Arriba, todo es enseñanza e interpretación en busca de sentido; abajo, tinieblas místicas envuelven el ambiente.

Es un lugar frío y oscuro; los pasillos del sótano de la historia eclesiástica de Chartres pesan sobre el ánimo. Fue probablemente en el siglo IV cuando se colocó el fundamento del primer templo cristiano. Antaño, según dicen, varias fuentes brotaban debajo de la catedral, una de las cuales, llamada "Puits des Saint- Forts", ya era considerada sagrada por los celtas. En este lugar veneraban a una diosa madre que, siendo virgen, dio a luz a un hijo: un mito que aprovecharon los cristianos cuando misionaron en las tierras celtas.

Simbolismo pagano

En muchas regiones, el cristianismo temprano acogió semejantes tradiciones paganas. ¡Y qué paralelismo tan sorprendente se brindó aquí! En siglos posteriores hubo quien reinterpretó este preámbulo histórico como profecía: en Chartres, decían, se había fundado en santa previsión la primera iglesia del mundo, aún antes de que naciera Jesucristo. El hecho de que Carlos el Calvo llevara el paño de María a Chartre es valorado como gesto de cristianización por los historiadores modernos: la tradición pagana debía desaparecer bajo el manto cristiano. La catedral gótica, finalmente, formó el techo espiritual medieval sobre la fuente de fe precristiana, siendo probablemente el culto druida el factor que determinó la orientación a noreste del edificio: apuntando al norte en un ángulo de 46 grados, Notre-Dame de Chartres mira exactamente a un punto. El punto donde sale el sol el día más largo del año.

Las personas que crearon la catedral entre 1194 y 1220 –en tan solo 26 años- tuvieron que solucionar una tarea difícil. Los fundamentos de lo antiguo constituían el marco; y la nueva fe requería un esplendor jamás visto. El monumental edificio flota entre la prehistoria pagana y la espera cristiana del tiempo final, entre la tierra y el cielo. Por doquier quiere superarse a sí mismo: es un compromiso augusto.

http://www.liceus.com/cgi-bin/tcua/chartres_vidriera.jpg

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