jueves, 25 de marzo de 2010

Dogón: la magia de Mali

Desde 1931, cuando fue descubierto en Malí por los primeros etnólogos, el pueblo dogón de Malí fascina a los expertos por su complejo cosmos cultural. Décadas de trabajos e investigaciones antropológicas no han logrado descifrar por completo su concepción del universo, los rituales funerarios y las enigmáticas tradiciones que practican casi siempre detrás de una máscara.

Sociedad de máscaras

Sobre los dogón, el misterioso pueblo que habita en el interior del delta del Níger, en Malí, pueden contarse dos historias: la que ellos mismos narran y la de su descubrimiento por los blancos. Comencemos con la segunda, el encuentro de los dogón con los antropólogos, pues sin ella estaríamos condenados a desconocer o no entender la primera. No sabríamos nada de cómo Dios creó el mundo o de cómo el zorro pálido sembró el caos en la Tierra. O lo que la lejana estrella Sirio y su pequeño acompañante invisible nos depararán para el año 2027.

Las primeras investigaciones en el interior de África

Esta magnífica historia comienza en las calles de París en 1931. Y lo hace de la mano de Marcel Griaule, el primer etnógrafo que quiere llevar a cabo investigaciones de campo en el interior de África. Hasta aquel momento, la gran potencia colonial que es Francia mantiene una relación meramente económica con el continente negro. Posee enormes colonias, pero el hecho de que sus habitantes sean negros tan sólo es relevante para la producción, pero en absoluto para el intercambio cultural. A mediados de los años veinte, sin embargo, un nuevo espíritu llega a la ciudad del Sena. Y lo hace acompañado de los suaves sonidos del clarinete de Sidney Bechet y la ropa ligera de Josephine Baker. Su revue nègre (revista negra) abarrota cada noche los graderíos del Theatre des Champs-Elysées. De repente, como por arte de magia, lo negro parece bello: en París, una revolución cultural siempre es, en primer lugar, un cambio estético. En medio de esta euforia colectiva nace el Instituto de Etnología de París. Sus fundadores –inspirados por los poetas del surrealismo– quieren ofrecer por primera vez una auténtica formación a los “investigadores de campo.”

La aventura da un giro en el corazón de Malí

Entre los elegidos para recibir aquella formación se encuentra el joven Marcel Griaule que, después de unos primeros estudios en Abisinia, decide lanzarse a la aventura de atravesar África siguiendo el eje del Sahel. ¿Objetivo? Comparar las diferentes sociedades que habitan la zona y cómo viven con condiciones climáticas semejantes. Sin embargo, su propuesta no gozó de la comprensión de sus contemporáneos. La expedición, como clamó un prestigioso helenista parisino “no sirve de nada: se dedica al estudio de civilizaciones que carecen del menor interés”. Pero Marcel Griaule insiste. Su expedición, de la que forman parte mentes vanguardistas, le lleva de Dakar a Yibuti con el objetivo de dar nuevos impulsos a las humanidades en Europa. El viaje discurre sin incidentes ni grandes descubrimientos, hasta el 29 de septiembre de 1931, cuando los expedicionarios alcanzan Sanga, una pequeña aldea situada sobre los acantilados de la falla de Bandiagara, en el corazón de Malí.

Aldeas dogón

¿Cómo viven los dogones?

Perplejos, los etnólogos se encuentran ante un auténtico tesoro. La etnia que habita la zona, los dogón, son gentes tan hospitalarias como incomprensibles. Viven en un mundo vertical. Abajo, al pie de una pared rocosa de hasta 300 metros de altura, hay pueblos que parecen sacados de un cuento africano: chozas de barro con techos de paja puntiagudos, campos de cebollas y mijo, baobabs estrafalarios cuyas ramas también podrían ser las raíces del cielo. Y en lo alto, excavadas en la roca, se perfilan centenares de cuevas, misteriosamente construidas como moradas por los tellem, una etnia que vivió en la falla antes de la llegada de los dogón y que se extinguió –o fue expulsada, ya fuera por el islam o por los nuevos moradores– en el siglo XV. Los dogón las utilizarán como cámaras funerarias. Así, cuando alguien muere, su cuerpo es enterrado allí arriba, cerca del cielo.

También los vivos, apunta Griaule, muestran una gran atracción por lo vertical. En sus danzas rituales, los hombres dogón se mueven sobre zancos de más de dos metros de altura. Otros llevan máscaras totémicas cuya longitud duplica la del portador. Griaule no entiende nada; sólo los dogón conocen su sentido. Al menos, hasta entonces. Pues Marcel Griaule y Michel Leiris, quien acompaña la expedición en calidad de cronista, hacen del desciframiento de esta cultura la gran misión de sus vidas. “Aquí ya no se nota nada de la sumisión de la mayoría de las personas que hemos encontrado hasta ahora”, escribe Leiris. “Todos los que conocemos (en África), sean negros o blancos, al lado de esta gente (los dogón) parecen figuras harapientas o esperpénticas. ¡Qué religiosidad tan enorme! Uno se topa continuamente con lo sagrado, todo parece sabio y trascendente… Esta noche suenan los cuernos, y desde lejos se escuchan cantos.” Así comienza la historia de los dogón para los blancos. Edificante como la leyenda de un mundo feliz.

Dogón, el mundo hermético

Los mismos dogón probablemente desconozcan todas estas abstracciones. Sus mujeres afirman con sencillez que cogen las estrellas del cielo y se las dan a sus hijos como juguetes. Los antropólogos quedan fascinados: el mundo hermético que se abre ante ellos es un misterioso rompecabezas donde cada pieza, incluso el objeto más corriente, tiene un sentido aparte, sin cuyo entendimiento no se podría descifrar el pensamiento dogón. Sin embargo, lo que más fascinó a Griaule y Leiris fueron las danzas de las máscaras totémicas.

La soledad dogón

Sus investigaciones apenas muestran avances hasta que, en un diálogo iniciático de 33 días, un cazador ciego llamado Ogotemmeli le explica a Griaule la cosmogénesis, la historia del nacimiento del mundo a la que se refieren casi todos los ritos de su pueblo. Griaule revela sus descubrimientos en 1948, al publicar la obra Dieu d`eau (Dios de agua), que incluso hoy día sigue siendo obra de referencia habitual para los investigadores. Al principio –aprendió Griaule– sólo existía Dios (Amma). En aquel tiempo, el todopoderoso todavía se encontraba dentro del “huevo del mundo”, en una especie de movimiento giratorio continuo. El huevo dio a luz un minúsculo granito en su centro; pero al explotar éste, la palabra de Dios se desenrolló. En los restos del huevo, ahora una placenta cósmica, Amma concibió los primeros seres con alma, cuatro parejas de gemelos. Pero uno de los gemelos, Ogo, quería gobernar él mismo. Con los ojos cerrados se arrojó a la nada, arrastrando consigo un trozo de placenta, que se convirtió en el planeta Tierra. Antes de lanzarse al vacío robó semillas divinas del cielo. Indignado por su desobediencia, Amma provocó una sequía en los campos de la Tierra en los que Ogo había plantado las semillas, al tiempo que le quitaba la voz. Después le transformó en un ser cuadrúpedo: el zorro pálido.

¿Qué misterio esconden los dogones?

Tras aquella acción, Amma decidió reordenar el universo: sacrificó a Nomo, el hermano gemelo del zorro pálido. Un río de sangre se derramó en el espacio exterior, provocando el nacimiento de la primera estrella: Sirio, el ombligo del mundo. Cuando esta estrella y su luna producen un eclipse, el pueblo dogón celebraba la fiesta Sigi, el clímax de la vida de la tribu. También de la del apasionado etnógrafo, pues la celebración sólo tiene lugar una vez cada 60 años, prolongándose ésta durante otros siete. El próximo Sigi, calculó, tendría lugar en 1967. ¡Dos decenios más tarde!

Sin embargo, Griaule nunca llegaría a presenciar el misterio más grande de la cosmogonía dogón, pues muere en 1956. Así de trágico puede ser el destino de un antropólogo. Cuando los dogón se enteraron de su muerte celebraron un magnífico entierro simbólico. Un muñeco a tamaño real sustituyó al muerto. Llevaba la ropa de Griaule y un salacot blanco. La ceremonia funeraria terminó con un gesto entrañable. Según una vieja costumbre, tras la muerte de un hombre debe romperse su azadón. Así se manifiesta que el fallecido no volverá a labrar sus tierras. Para Griaule, los dogón rompieron un lápiz. La historia de los dogón y su “descubridor” había terminado.

Gran acontecimiento: la fiesta Sigi

Pero para los etnólogos no había hecho nada más que empezar. Griaule trajo fama mundial a los dogón, y otras generaciones de etnólogos “de campo” siguieron sus pasos. Los más prestigiosos son Germaine Dieterlen y el cineasta Jean Rouch, quien llegó a acompañar a Griaule repetidas veces en sus visitas a los dogón. Un día –recuerda Rouch– le hizo una pregunta: si la luna de Sirio, que es la que determina la fecha de la fiesta Sigi, no se ve a simple vista, ¿cómo sabían los dogón de su existencia? Rouch tendría que esperar varios años para escuchar una respuesta plausible. Ésta le vino de manos de un paleoastrónomo estadounidense, quien le explicó que hasta el año 50 a. C., Sirio había sido una estrella doble. Después, tras colisionar ambos cuerpos celestes, sólo es visible desde la Tierra el de mayor tamaño. La luna de Sirio, que así se denomina al cuerpo más pequeño, sólo puede verse con un telescopio. Por lo tanto, los dogón debieron haberse fijado en ella hace más de 2.000 años. La de 1967, afirman, fue la 34 edición de la fiesta Sigi. Multiplicado por 60, la primera celebración debió de tener lugar ¡el año 73 a. C!

La frontera entre Malí y Mauritania

Basándonse en el extraño ritmo de la fiesta Sigi, Germaine Dieterlen ha tratado de elaborar una cronología. Comenzó indagando en el origen de los dogón. En la falla de Bandiagara sólo se han celebrado diez fiestas Sigi, por lo tanto, este pueblo debió de llegar allí en el siglo XV. Antes vivieron en los Montes Mandingues, en la frontera con la actual Guinea, en un paisaje rocoso semejante, como el del desierto de Takla Makan. Y antes, al parecer, en la frontera entre Malí y Mauritania. ¿Y en épocas anteriores? ¿Tal vez en Egipto, como creen algunos?

El jefe religioso de los dogón autorizó a Rouch y Dieterlen filmar la fiesta Sigi desde1967. Naturalmente no sin interrupción, pues al fin y al cabo la fiesta se prolonga durante siete años. Los antropólogos aprovechan las pausas, que duran meses, para mostrarles a los dogón las películas y pedirles que les expliquen los rituales. Una y otra vez, hasta que los investigadores blancos creen que entienden cada detalle.

Danzas africanas

La fiesta Sigi es una ceremonia en la que participan todos los hombres. Es un acontecimiento cíclico que va de aldea en aldea. Durante estas procesiones, las máscaras, las danzas y a veces las palabras cuentan una historia en siete episodios. Uno por año. Después del tercer año, Germaine Dieterlen se atreve a lanzar una teoría. La fiesta Sigi es un relato cosmogónico: “Es el recuerdo del invento de la lengua y, por lo tanto, el invento de la muerte.” A los no etnólogos esto no les preocupa en exceso, pero ayuda a estudiar la génesis según los dogón.

La sabiduría dogón

¿Qué hizo Amma, el creador, después de sacrificar a Nomo, el hermano gemelo del zorro pálido? ¡Lo resucitó! Y lo hizo en forma de la primera pareja humana que Dios envió a la Tierra. En aquel momento salió el Sol por primera vez, y el zorro huyó al desierto. Entonces Amma hizo que cayera la lluvia y los humanos labraron sus tierras. Todo iba bien. Pero, por supuesto, como toda creación tiene sus pegas. Así, un día, Yasigi, la hermana gemela del zorro pálido aprovechó un eclipse solar para descender a la Tierra, trayendo la desgracia a la gente. Durante su estancia se casó con el ancestro humano Diongu Seru y lo convenció de que sembrara en el campo del zorro. De nuevo, Dios castigó el sacrilegio con una sequía. De nuevo hubo que limpiar la Tierra: Diongu Seru fue sacrificado. Con su castigo la muerte llegó a los humanos. “Diongu Seru fue el primer muerto“, dice Jean Rouch. “Murió a los 60 años. Y a los 60 años, según los mitos del pueblo dogón, fue convertido en una gran serpiente. Como testimonio de aquel terrible acontecimiento se fabricó una máscara.

¿Problemas de supervivencia?

Ésta es la esencia de la sabiduría dogón: mientras los humanos no hablaban, eran inmortales. La llegada de la muerte la suavizan con máscaras que dan testimonio de que los ancestros siguen presentes. Al menos así es como Dieterlen y Rouch interpretan el ritual. Ahora, la próxima generación de investigadores espera la fiesta de 2027 para confirmar o refutar las hipótesis de sus antecesores. El único problema es que cada vez más dogón se convierten al islam, y que el número de los animistas restantes podría ser superado por el número de antropólogos que los visitarán durante la celebración. ¿El final de las dos historias? Para los negros musulmanes, los dogón tradicionales son obscenos, gente que carece de vergüenza, mientras que para los blancos constituyen una atracción cultural. Una maldición de la que sólo se puede responsabilizar al zorro pálido.

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